miércoles, 4 de agosto de 2010

Perdiendo (otra vez)

Es el minuto 41 del segundo tiempo. Pensar en un milagro de tres goles es claramente un despropósito. Chivas va dos cero arriba. Está a un paso de la final de la Libertadores. La U pierde, juega confusa, comete errores. No puedo dejar de pensar en tantas noches como ésta. Claro, estaba más pendeja. A estas alturas del partido, aun esperaba el empate.

Ya no más. Se acabó. Dicen que el 70 también fue así. Una decepción gigante. De la que me acuerdo es de la del 96. Estaba por cumplir los 17 y tenía sangre furiosa y adolescente fluyendo bajo mi piel de niña sensata.

En esta nueva derrota, no quiero hablar de fútbol. Quiero hablar de sentimientos. De los míos, de hincha de equipo lúser. Desde que tengo uso de conciencia que me gusta el peloteo y la U. Claramente, todo fue por mi mamá. La única chuncha medio paria en una familia de indios acérrimos. Cuando el ballet azul perdía, el tata la molestaba y le decía que había una chuncha atragantada con un banderín en la cocina. La Marta, claro, se moría en proporciones similares de pena, rabia y ganas de asesinar a su padre.

Luego, se casó con un cobreloíno que no pesca el fútbol, salvo para encontrarlo (casi) todo mal. Los dirigentes, el campeonato, los futbolistas. Y de pasada, al gobierno (Pinochet, Aylwin, Frei, Lagos, Bachelet y Piñera. Todos malos). De las tres niñitas, las dos menores le salieron colocolinas, así que se hacía la neutral para seguir con el plan de quererlas a todas por igual. Pero le saqué tempranamente el rollo. Y soy memoriosa. En algún momento, debo haberla acompañado a escuchar los partidos. Como lo hacía cuando oía a Perales, Ubiergo y el noticiero de la Cooperativa. Eso está en mi disco duro. Cuando mi mamá se hacía la imparcial, yo sonreía con suficiencia al ver los goles de la U. Si mis hermanas no estaban, los celebrábamos a punta de sonrisas cómplices. Y más de una vez me defendió de los demás, que no entendían que mi “fanatismo” fuera tanto, cuando me molestaban porque me enfuruñaba y llorara con cada fracaso.

Aunque suene mamón, para mí, ser de la U tiene mucho que ver con mi madre. Más que con razones deportivas o ideológicas. Creo que ella también se sentía más cómoda entre la gente que ha aprendido a perder, que entre los que están acostumbrados a ganar. Que le gustaban más las historias azarosas, donde los desenlaces están lejos de tener un sentido único. O los personajes que aparecen fuera de foco, a los que un mero descuido del fotógrafo les permite entrar al cuadro. Esos que le van al equipo que pierde a última hora, que se come la opción tener una noche brillante. Los que flaquean en los partidos decisivos. Esa gente que sigue a los que pierden, siempre pensando que -por una puta vez- las cosas van a ser distintas y les va a tocar ganar.
Para la próxima vez, Marta.

1 comentario:

Unknown dijo...

Sospechaba que esa complicidad te hacía hincha de la U...preciosa historia