lunes, 7 de abril de 2008

Mujer puertas adentro


Roxana dice que la naturaleza a condenó a vivir bajo una identidad masculina. Más allá de la semejanza argumental con Lola, la teleserie, ésta crónica no tiene nada de comedia y sí mucho de dolor y frustraciones. Ésta es la historia de una prisionera cuya cárcel es un cuerpo de hombre; una condena para la que –según la convicta- no hay escapatoria posible, salvo ponerse ropa femenina a escondidas.

Por Lorena Muñoz Zapata
Fotografía: Andrea Cantillanes


La intensidad está concentrada en los ojos. Maquillados color pistacho, para resaltar las pupilas verdosas y contrastarlas con la piel morena. Todo lo demás -las manos quietas, el rictus triste de los labios, la cara que se esconde tras el pelo- refleja una opción por el bajo perfil.

En especial la voz, que busca ser dulce y que se oye baja, crispada, y tímida en el intento. Las frases son pronunciadas con recato y las palabras, dichas a media voz, evitando revelar a toda costa el secreto que oculta desde que tiene uso de conciencia y que una mala jugada de la biología insiste en contradecir.

Y es que para los efectos legales, laborales, familiares y formales, la cédula de identidad de Roxana consigna otro nombre que guarda celosamente y mantiene en anonimato. Es un nombre de hombre, de un chileno de 35 años, nacido en la zona y que desempeña tareas administrativas en alguna oficina de este territorio.

Sólo en casa, con las puertas cerradas y las cortinas corridas, siente la libertad para sentirse tal y como se ha sentido desde la época de sus recuerdos más antiguos: Una mujer.

“De siempre me he sentido así. Yo creo que empecé a tomar conciencia de chica, de antes de los diez años”, afirma ella, quien estuvo en contacto con El Día durante todo el verano, resolviendo si daba a conocer su testimonio. El argumento tras su sí es que este artículo sería “una especie de ventanita para poder respirar y aliviar un poco la carga de este secreto”.

Durante estas semanas, hemos estado pendientes del final de Lola, la teleserie de Canal 13 sobre un hombre atrapado en un cuerpo de mujer. Como la TV es la TV, el nudo argumental ciertamente se resolverá con todos felices y emparejados, para dicha de los espectadores. Entre éstos se incluye a Roxana, quien sonríe cuando recuerda la telenovela y dice “que no daría porque un día me pasara eso, despertar en el cuerpo de una mujer. Sería fascinante, perfecto”.

Sin embargo, y pese a la semejanza argumental, esta crónica es diametralmente opuesta.

No tiene nada de comedia y sí mucho de lágrimas secretas, frustraciones de antigua data y verdades no dichas. En voz baja, con dolor y en solitario: En palabras de su propia protagonista, así se vive el real calvario de ser una mujer atrapada en un cuerpo de hombre.

Y por lo que dice la convicta, se trata de una condena perpetua, sin penas alternativas, salidas dominicales, fianzas ni indultos.

“LINDA LA
NIÑITA”

Se crió entre puras mujeres. Estaba la mamá y la hermana; la tía y las primas. Como el papá se fue cuando estaba chica, le tocó ser muy pronto el hombrecito del hogar, aunque había un detalle: Se sentía como ellas. Una más en esa casa de féminas.

“Siempre jugaba a los típicos juegos: Las tacitas, las muñecas. Fui muy apegado a ellas, salíamos a todos lados y en verano llegaban al barrio niñas de varios lugares y la pasábamos bien. Y en la casa, nos duchábamos juntas y para mí no había ninguna diferencia, ni para ellas tampoco”, cuenta.

Los problemas empezaron al inicio de la pubertad. Como las niñas se desarrollan antes, a las primas y a la hermana ya no les gustó que el hermano chico se bañara con ellas y siguiera compartiendo otros espacios. Roxana resintió la exclusión.

“Yo no entendía nada y me empecé a sentir mal. Me di cuenta que había algo que no andaba bien y opté por estar aparte, percatándome que me gustaban las cosas de mujeres”.

Por esos años, se agregó otro problema. No conforme con haberle dado un cuerpo de hombre, la naturaleza seguía jugando con Roxana y el chico desarrolló un desorden hormonal, que le provocó la irrupción de dos pequeños pechos.

“Me daba vergüenza correr, porque los pechos se me marcaban. Además, en la calle y como no me cortaba el pelo, le decían a mi mamá ‘qué linda su niñita’. Ella lo tomaba para la risa y decía ‘cómo no se van a dar cuenta’. Y en el colegio, típico que los compañeros molestan”.

ROPA DE
CONSUELO

Así las cosas, Roxana se fue transformando en una mujer retraída, solitaria. Dice que nunca luchó por sentirse como hombre, pero que tampoco peleó para evidenciar que es una mujer. Y cree que nunca lo hará.

“Prefiero quedarme callada, porque no quiero que ni mi mamá ni mi familia se avergüencen de lo que siento”, dice y explica que no cree que sus parientes sospechen la verdad, aunque se depile las cejas y se encrespe las pestañas para ir a trabajar.

Sin embargo, su miedo a la vergüenza no era impedimento para no aprovechar la ausencia de las parientes en la casa. Cuando se quedaba sola, corría a probarse la ropa de las hermanas y las primas, a escondidas. “Y ahí era feliz”.

Para prolongar la dicha, Roxana decidió independizarse. Hace cerca de dos años vive en el puerto y hoy, literalmente, es una persona de la puerta de su hogar para afuera y otra, muy distinta, adentro, con las cortinas y los accesos bien cerrados.

“Cuando llego a la casa del trabajo, me quedo un rato en short, para refrescarme y para tomar distancia con la ropa de hombre, sacarme ese peso de encima. Luego de un rato, me ducho, me visto como mujer y me pongo a hacer las cosas que tengo que hacer como dueña de casa”, cuenta.

Ella dice que su fascinación es la ropa interior. Calzones, sostenes, medias, portaligas. Y sufre mucho cuando vitrinea.

“Si estoy con alguien de la familia o algún conocido, no puedo a quedarme a mirar la ropa. Tengo que seguir como si nada. Si estoy sola, miro disimuladamente y a veces, dependiendo del lugar, pido que me muestren la prenda que me gusta, con el pretexto de que es un regalo. Y, por supuesto, no puedo probármela”, dice.

Y agrega: “A veces, me da rabia o ganas de llorar, porque no entiendo por qué las cosas no pueden ser como quiero. Pero ¿qué puedo hacer? Y la única solución que encuentro es vestirme como mujer en la casa”.

MADRE,
NO PADRE

Además de estas situaciones más cotidianas, el secreto le pesa a Roxana en otros ámbitos más trascendentes. Tiene una hija de 15 años, fruto de “algo así como un pololeo de verano y ni yo me explico qué pasó con su mamá, que era amiga de una de mis primas”.

Pese a que el embarazo no estaba en sus planes, “cuando supe, pensé que si había pasado, había que asumir. Siempre digo que si pasó, no hay nada que hacer: Pasó y punto, así que había que hacerse responsable”.

Sin embargo, pese a que hay contacto, los nexos con su hija son tortuosos. “La relación no es buena, siempre peleamos y a veces creo que la rechazo, que no hay cariño. Pero cuando estoy lejos de ella la extraño (…) Yo siempre fui estricto, he querido que las cosas se hagan de una forma determinada y a ella eso no le gusta”, dice.

Respecto a las razones de su severidad, Roxana cree que tal vez se debe a que es una forma de ocultar su verdadera naturaleza. Dice que siempre ha querido ser madre, pero que ese deseo no lo ha podido canalizar en su relación con la adolescente. “Se me hace difícil tratar con ella. Con su mamá, a veces peleamos y cuestiona como soy con la niña, me saca en cara que soy como descariñado”.

Ella cuenta, con la cara triste y los ojos conteniendo las lágrimas, que “he llegado a pensar en tantas cosas”, pero que tiene una certeza: Que no puede enfrentar a su hija y decirle su verdad.

“A estas alturas, no quiero decepcionar, ni a ella ni a nadie. Se me hace difícil hacer preguntas como que no quiere la cosa, para tantear terreno y ver como reaccionarían si les dijera. A mí me gustaría gritarlo a los cuatro vientos, pero hoy no podría decir si lo voy a ser capaz de hacerlo alguna vez”.


LA HERMANDAD

Roxana dice que a las únicas personas que saben su verdad son “personas como yo, pero que son mujeres adentro y afuera de su casa. Ellos me mantienen el secreto y sé que no le van a contar a nadie”.

Dice que ellas le dan algunos consejos, como que no se arrepienta de lo que haga o que “me divulgue, pero es que eso lo dicen porque no tienen nada que perder”.

Y aunque ahora esta sola, dice que ha tenido parejas y que no ha habido problemas, pese a su insistencia por ocultarse como mujer. “No ha habido conflicto, porque han sabido entenderme”, concluye.

*Reportaje publicado en El Día, edición 16 de marzo de 2008.

3 comentarios:

CDG dijo...

Por un lado, se nota que sufre la mujer del reportaje. Se trata de uno de esos temas que escapa a la total comprensión de parte de uno, tan limitado en sus juicios.

Por otro, me alegra verla escribiendo de nuevo. Intente seguir, ¿ya?

Espero esté bien. Cuídese. Saludos.

young_supersonic dijo...

LOLI!!!
QUE BUENO QUE YA ESTÉS DE REGRESO.

¿ESTE REPORTAJE SALIÓ EN EL DIARIO, CIERTO?

OJALÁ ENCUENTRE PRONTO ALGÚN CUENTITO POR ACÁ...

UN ABRAZO.

Kathy_C dijo...

Pucha pobre Roxana.

Menos mal que no te pasó nada. Deberías escribir la trastienda del reportaje y hasta yo contaría el terror que sentía desde lejos.

Qué weno que haigai volvío po estimá. Te extrañé.