lunes, 2 de junio de 2008

Maldito amor


Pese a que películas, canciones y las tarjetas Village insisten en lo contrario, no siempre hay éxito en la ruta de esquivo afecto. Mala suerte, príncipes y/o princesas que se transformaron en ranas o sólo razones que el corazón no entiende, son los motivos tras esas historias en las que el fin no se resuelve con votos de cariño eterno. Corín Tellado, deja de mentir.

Por Lorena Muñoz Zapata
Fotografías: Andrea Cantillanes.

Victoria lo ha pasado mal. Era apenas una adolescente cuando decidió que sería exitosa y se cerró a la posibilidad de encontrar pareja, bajo la premisa de que ambas opciones eran incompatibles. Hoy, 37 años después y tres relaciones fallidas, piensa que tal vez amar no estaba en su destino.

Inés se enamoró por primera vez a los 40 y durante seis meses fue inmensamente feliz con un hombre ajeno. Al final, los remordimientos y el miedo a sufrir pudieron más. Nunca volvió a contestarle el teléfono y hoy añora la dicha furtiva.

Román dice que es un solitario rotundo, que no ha encontrado a alguien especial y que quizás se ponga algunos escudos. Sea como sea, su opción es clara: Las ilusiones dañan y es mejor evitarlas.

Todo lo que necesitas es amor, proclamaron The Beatles en plenos `60. Pero no todos pueden dar con esta esquiva meta. Y al contrario de la política –que es sin llorar-, en esta búsqueda, el corazón puede quedar anegado de tanta pena.

Lejos de finales con música empalagosa, los amores pueden ser desoladoramente incompletos. Y comunes: De hecho, usted y yo conocemos a terceros a los que esto del cariño no se les da. Porque tienen mala suerte. O porque el príncipe –o la princesa- se transformó en rana. O porque hay razones que rompen con la lógica.

Las que siguen son experiencias de primera fuente, de ésas que duelen como espina de tuna entre los dedos. Las similitudes con la vida real no son coincidencia y sólo los nombres y algunos lugares han sido cambiados. Porque las penas por el maldito amor son más cómodas de contarse bajo anonimato.

MIEDO AL
KARMA

Inés (50) no quiere que Antonella (17) repita su historia. Sin embargo, la chica parece haber heredado su mismo carácter. “Cuando salimos a la calle, vieras la cantidad de hombres que me dicen ‘suegra’. Pero ella nunca hace caso, no mira a nadie”.

La madre tiene motivos para querer algo distinto: “Mi suerte en el amor ha sido más bien malita”. Recién hace una década y por 6 meses, supo qué es estar enamorada. Y fue ella misma quien decidió poner fin a su felicidad.

Vallenar, 1983. A los 25 años, las cosas no eran fáciles. Tenía conflictos con su madre y “lo único que yo quería era dejar la casa de mis padres”. Nadie le había visto pololo alguno. Lo único que se le conocía era un insistente admirador, un chico seis años menor al que nunca consideró porque “era muy niño”.

Pese a eso, las cosas con Gonzalo se dieron rápido. Se conocieron en casa de una amiga y al mes, estaba embarazada. Él se portó “como un caballero” y asumió, pero ella siempre supo que eso no era amor. “Me gustaba mucho, pero no lo amaba y nunca le dije te quiero”.

Entonces, eso era un detalle y armó una familia con él y sus hijos Alberto y Antonella. Y aunque no estaba enamorada, “yo ponía las manos al fuego por él”. Hasta que se enteró de la doble vida de Gonzalo.

Inés lo encaró y hasta ahí no más llegó la caballerosidad: Hubo golpes en dos ocasiones. Como no estaba dispuesta a soportarlo, se separó y se trasladó a La Serena, en los `90. “Nunca quise emparejarme, para no dañar a los niños”.

NO VA MAS

Eso, hasta que a los 40, “cuando pensaba que eso no me pasaría nunca”, se enamoró de otro Gonzalo: El antiguo admirador de Vallenar. El reencuentro se produjo allí. El le contó que siempre se las arregló para saber de ella y la invitó a salir. Inés aceptó e inició los seis meses más felices de su vida.

“El trabajaba en buses interurbanos, así que nos veíamos frecuentemente. A veces, estaba por quince minutos en el terminal, pero no importaba, porque era como si lo hubiera visto por horas. Y cuando me llamaba, yo realmente sentía mariposas en el estómago y andaba alegre por la vida”.

Pero en Iquique, Gonzalo tenía una esposa y una hija. A Inés le pesó la conciencia y decidió que no volvería a verlo. “No podía hacerle lo mismo que me hicieron a mí a otra mujer”.

Ella es de ideas fijas. Y pese a que él le rogó por meses, no cambió de parecer. Y tampoco le contó la verdad tras su decisión. “Ahora, años después, pienso que tal vez las cosas pudieron ser distintas, porque yo creo que nos queríamos”.

De Gonzalo nunca supo y volvió a estar sola, pese a que han surgido algunas oportunidades. Pero “o no me gustan o algo me hace pensar que tienen cara de malo. En el fondo, tal vez es miedo a sufrir. Y quizás, le estoy traspasando eso a Antonella y no quiero que mi niña pase por todo esto”.

ESTAR SOLO

Román (23) es categórico y afirma que “soy un tipo súper solo. He estado así mucho tiempo. He tenido mis parejas, pero nunca he sentido una compañía”.

Dice que no tiene claro los motivos, pero que cree que “aquí hay dos cosas. Tal vez no he encontrado una chica que sea especial, aunque no creo que uno esté predestinado para eso. Y, lo otro, es que supongo que yo también me pongo algunos escudos”.

“Tal vez al ser un tipo solo o tener ese discurso, alejo a la gente”. Su principal problema es el compromiso, no le gusta. “No sé si me da susto, pero reniego de esa parte”, explica.

Asegura que estas dinámicas quedan en evidencia en la mayoría de sus relaciones afectivas. Hace algunos años, en Santiago, tuvo una tortuosa relación con Sofía, una joven de su edad. “Yo le exigía mucho que entendiera mi situación de vida”.

Por esa época, las aguas estaban bastante agitadas en casa de Román. Los vínculos con su madre y sus hermanas estaban dañados y “no había convivencia. Había puro silencio ahí”.

PERRA
ILUSIÓN

El silencio se había instalado años antes, cuando tenía diez. La relación de sus padres hizo agua y los niños quedaron al medio, sin que hubiera mucha comunicación entre ellos. Sin embargo, y más allá de esto, aclara que “de chico fui bastante solo, llevado de mis ideas (…) nunca me gustó seguir a nadie y eso como que me separó de la gente”.

Sofía, dice Román, tampoco ayudaba. “En lugar de apoyarme, me reprochaba eso o trataba de escudarse en mí, no tomaba decisiones. Tenía que tomarlas yo”.

Así las cosas, Sofía y Román rompieron. El regresó a La Serena, donde antes había vivido con su padre. Pero algo pasó y volvió con ella. Conseguía un trabajo y al mes, cobraba lo suyo y se iba a verla. La relación siguió siendo compleja y el quiebre fue inevitable.

“Con ella, perdí un año sin hacer nada”, sostiene. Desde entonces, no se ha embarcado en relaciones con otras chicas. “Salimos un par de veces, pero no pasa más allá”.

Hoy, con algunas cuentas claras con su familia, Román asegura que prefiere no tener esperanzas.“No me creo expectativas, porque son algo ficticio. Y cuando se espera algo de alguien, uno cae y lo pasa bastante feo. Aunque a veces cedo y genero ilusiones. Pero tal vez no busco en el lugar adecuado”.

DEMASIADA
INDEPENDENCIA

Apenas alcanzó la mayoría de edad, Victoria (55) decidió “ser exitosa y le cerré las puertas al amor”. Originaria del norte grande, entró a trabajar a una caja de compensación y en cerca de una década se transformó en unas de las ejecutivas estrella. Se compró un auto y “jamás necesité de un hombre que me solucionara los problemas”.

A los 30 conoció a Francisco, administrativo de una industria. “Era separado, tenía un hijo grande y me enamoré, porque era un romántico, y nos fuimos a vivir juntos”.
Todo era una maravilla, hasta que ella quedó embarazada de su primera hija. “Ese hombre se transformó en un infierno”. Mientras que fuera de casa era el perfecto caballero, al interior “resultó ser un sicótico”.

Tras el nacimiento de su segunda niña, lo dejó. Con la premisa de “nunca más”, siguió trabajando, esta vez como relacionadora pública de una institución de beneficencia, lo que le granjeó cierta popularidad.

Pese a su dedicacion exclusiva a sus hijas, “me enamoré de nuevo, de un hombre bueno y buen mozo”. Aunque duró un año, la relación “quedó en nada”. “Yo era muy conocida, tenía casa propia y era exitosa. El, en cambio, era sencillo y resentía que me fuera bien. Se sentía mal, opacado. Además, mi familia nunca lo aceptó y ahora me doy cuenta que para que hubiera funcionado, tendría que haber habido un amor muy grande”.

Victoria dice “ahí la sufrí, porque me daba cuenta que estaba tremendamente sola y frágil”. Sin embargo, hace cerca de cinco años, se enamoró por tercera vez, de Manuel, a quien conoció a través de un amigo.

“Por primera vez, proyecté mi vida. Si tenía que dejar mi trabajo, no importaba, porque quería formar una familia”, dice.

Manuel se portaba como el mejor de los príncipes: La colmaba de atenciones, se enorgullecía de ella y la llevó al sur, para presentarla con la familia, que aprobó que la pareja se casara tras la jubilación de él.

MALA
EXCUSA

Sin embargo, hubo un vuelco abrupto. “Dejó de verme sin motivos”, asegura. La única explicación vino del amigo que los presentó. “Mandó a decir que lo esperara, que tenía que solucionar sus cosas e incluso, dijo que alguien le había hecho magia negra, para que no rehiciera su vida”.

Lejos de tranquilizarla, esto le provocó más daño. Pese a esto, “un día bajé la guardia y lo busqué. Quise hablar con él, pero no dejó que lo hiciera”. Y como dicen que las cosas malas nunca vienen de a una, por esa misma fecha la despidieron.

Para exorcizar la pena, la mujer y sus niñas dejaron el norte. Hoy, en La Serena, cree que “tal vez Dios tiene un destino para cada persona y quizás en el mío no está escrito que sea feliz en esta parte. Eso no quita que sienta mucha soledad, porque por algo en esta tierra venimos de a dos”. Sin embargo, como su empuje puede más, asegura que cuando llegó a esta zona “lo hice con la confianza que encontraré la estabilidad en lo laboral y el amor”.


Publicado en El Día, el 02 de marzo de 2008

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