miércoles, 19 de agosto de 2009

Esto se llama Agosto


Afuera llueve y es rico pensar en acurrucarse en la cama. Acurrucarse en la cama y abrigarse. Abrigarse y despertar en la mañana. La mañana y mi mamá, con una bandeja con dos tazas de café con leche y tostadas, para compartir. Luego, se acurrucaba un ratito y conversábamos. Eso, cuando iba a la U. Y el desayuno era tipo 8, luego que había preparado el de mis hermanas y había ido a dejar a la Barbarie al colegio. Era lindo regalonear así, considerando que hace rato ya yo no era niña.

Mi mamá se activaba con la lluvia. Se ponía feliz. Hacía picarones, o roscas, o sopaipillas o calzones rotos. Hoy, cuando siento el olor a aceite hirviendo y azúcar flor, me da algo más que hambre. Igual que cuando oigo llover. Como que se me anega algo adentro.

Hoy ya son tres años y, sin exagerar, puedo decir que no he pasado un día desde el 19 de agosto de 2006, sin pensar en mi mamá. Me desconcierta pensar que pasó tan tiempo, pero a la vez tan poco. Me desconcierta entender cuánto se puede extrañar. Me desconcierta cuánta pena, o desazón, o rabia se puede llegar a entender. Desconcierta saber que no sólo se muere la gente mala, sino que por sobre todo, la buena.

Pero también desconcierta saber que la vida siguió después de la muerte de mi mamá. Y que sigue. Lo obvio: tengo canas, más mañas que antes, ahora hasta sé cocinar cazuela. Aún no supero el miedo a las polillas y/o mariposas –no me vengan con que son hermosas- y se incrementó el que siento por las aves. En 11 días más cumpliré 30, pero cada día, descubro nuevas facetas pendejas mías y parece que fueran más que hace 15 años, cuando era una aprendiz aventajada de vieja chica. Creo que sigo no sabiendo nada de la vida, pero supongo que ésa es la norma. Y quizás, hasta no importa. Lo relevante es que mi mamá sigue aquí, aunque falten las sopaipillas en los días de lluvia.

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