lunes, 24 de enero de 2011

Mejor no venir

En la plaza hay pura gente que espera. Un par de adolescentes en plan de cita, una señora llena de bolsas, un viejo desganado. Todos esperan a alguien. También la Amanda. Ella es hija de mi padre. Yo no la conozco, nunca nos hemos visto. Mi papá nunca nos hablo de ella, tampoco. Decía que había cosas de su pasado que quería olvidar. Que la gente tiene derecho a su privacidad. Y no había forma de sacarlo de allí.

Mi mamá reforzaba su silencio, me pedía que no fuera impertinente. Hoy, no sé si eso significaba que ella sabía de la Amanda y su madre, o quizás, que admitió que para estar con él, tenía que hacer la vista gorda y aceptar que era un hombre con secretos o, al menos, que era uno al que le gustaba hacerse el interesante.

El viejo, además de parco y distante, era obstinado. Era difícil que no concretara las ideas que se le metían ente ceja y ceja. Y esta vez, casi lo logró, como siempre. Recién años después de muerto, hace unas semanas, el pasado se le salió de las manos. Eso sucedió cuando recibí una llamada de ella. No sé cómo se consiguió mi número, pero ahí estaba, nerviosa y acelerada al teléfono.

Me contó quien era y no sé por qué no me sorprendió. Tantos años especulando sobre lo que ocultaba mi padre, que una segunda familia era la opción más predecible. Tanta grandilocuencia para esconder una corriente historia de abandono.

Amanda dijo que necesitaba hablar conmigo. Que sabía que él estaba muerto, pero que necesitaba que le contestaran algunas preguntas. Que la única que podía hacerlo era yo, ya que mi mamá y la suya también habían fallecido. Y aunque le expliqué que no me correspondía despejar sus dudas y que, además, seguramente no tenía respuestas, insistió en que nos juntáramos. Propuso un lugar neutral y yo pensé en esta plaza.

Ella cree que vengo atrasada. No sabe que la espío de lejos. Escondida, porque no quiero que me vea. Compruebo que tiene el pelo lacio y castaño, como el mío. Y que es maciza, como mi papá y como yo. Vino vestida con una polera roja, sin mangas y una falda negra, tal y como anunció previamente. Mira su reloj y parece que duda si llamarme o no, para confirmar si estoy en camino.

Sin embargo, yo tengo más que claro que ya sé lo suficiente sobre ella. No quiero que me pregunte nada. Sé tan poco sobre su padre. Yo sólo sé que era misterioso y parco, nada más. Pienso que es mera casualidad que nos haya engendrado el mismo hombre. Que eso no nos hace hermanas

Creo que es una mala idea haber venido y con sumo cuidado, regreso por donde llegué.

Apenas me subo a la micro, suena mi celular. Es ella. Insiste una, dos, tres veces. Como conozco esa terquedad, lo apago. Antes de bajarme, abandono con disimulo el aparato. Mi papá decía que todo el mundo tiene derecho a privacidad y a desentenderse del pasado. Más aún si es ajeno.

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