lunes, 2 de mayo de 2011

Intrusa

La despertó el contacto de su mejilla fría sobre su rostro. Jugando, le apretó la nariz para avisarle que había surgido una urgencia en el trabajo, que debía partir ahora mismo, pero que lo esperara porque estaría de vuelta para almorzar juntos. Le mordió un poquito en el hombro y se despidió con un beso rápido. Luego, un portazo.

Somnolienta, miró el reloj. Las ocho. Lamentó que la hubiera despertado a esa hora; era un sábado gris y frío y contaba con dormir, al menos, un par de horas más. Hace tiempo que la rutina le jugaba malas pasadas y la tenía despierta desde las 7, fuera día hábil o festivo.


Intentó seguir durmiendo. Se acurrucó, tapándose la cabeza y cerró los ojos. Pero sus esfuerzos fueron inútiles. A las 9, se dio por vencida y decidió desayunar. Pensó en esperarlo viendo alguna película o leyendo el diario, que seguramente, traía suplementos. No sabía qué tan larga sería la espera. De modo que pescó la sábana y se cubrió, como si alguien pudiera verla, para buscar el pijama, que estaría en algún lugar de la pieza, quizás bajo la cama.


Una vez vestida, fue a la cocina y se preparó un café con leche y tostadas. Llevaban unos cuántos meses saliendo y ya en algunas ocasiones le había tocado quedarse sola en su casa. Sin embargo, ésta era la primera vez que la embargó una sensación de intimidad que no había sentido antes. Pensó que era curioso sentir eso, sentir la complicidad, la cercanía, justo cuando él había tenido que partir de urgencia y la dejaba sola allí.


Pero la placidez duró poco. De repente, cayó en la cuenta que su conocimiento sobre la casa era precario. Básicamente se reducía al living, el dormitorio y su baño en suite, la cocina y el baño. Sin embargo, casi no había estado en la pieza del fondo, ni en el baño contiguo. Se dio cuenta de que en realidad, no sabía tampoco qué había en los armarios, en la despensa, que tenía una llave en la puerta.


Pensó que lo mismo pasaba con él. Que si bien conocía su desnudez, un par de gestos tiernos y unas cuantas mañas, no tenía muchas más certezas. ¿Qué sabía de él? Mentalmente, repasó los datos que manejaba: era el encargado de informática de una oficina; prefería el vodka a la piscola, le cargaba hablar de política y podía pasar muchas horas jugando a la pelota.


De la ex no hablaba mucho, ni bien ni mal. A veces, la mencionaba a la pasada, por cosas irrelevantes.


Miró la hora. las 9.30. Pensó que no estaría mal saber más de él y estar sola en la casa era una buena ocasión para indagar. Revisó cajones. No encontró nada de interés, ni mucho menos, revelador. Nada, aparte de cuentas antiguas, boletas de casas comerciales ya pagadas, citaciones de la junta de vecinos, revistas, algunos artículos de diario. En la despensa, lo común: fideos, arroz, latas de atún y cajas de té y avena.


Luego, pasó al baño del pasillo. Era un espacio pequeño, que olía a limpiador y cloro. Revisó el estante y vio envases con cremas, exfoliantes, shampoo y bálsamo fortificante, y un par de elásticos para el pelo. Percibió un olor cítrico llenaba el ambiente y descubrió que había abierto un frasco gel de ducha de limón, al borde de la tina. Ajustó la tapa, lo puso en su lugar y se percató que había una gotera.



Salió al pasillo y se metió a la última pieza. Alguna vez, él comentó aque su ex ocupaba el espacio contiguo de escritorio, que ahí pasaba las horas muertas del fin de semana y muchas noches en la semana, donde avanzaba los test e informes que realizaba como profesora de enseñanza media.


La habitación estaba llena de libros: poesía, novelas, diccionarios, ensayos. Había un sobria fotografía de una abuela en blanco y negro, enmarcada en las paredes, afiches de películas y un par de cajitas de música.


Se acercó al escritorio. Había una foto de cuando estaban juntos. Sonreían, abrazados y felices.



Entonces se percató que el computador estaba encendido. Prendió la pantalla y se encontró con un texto en redacción. "Control escrito, Cien años de Soledad, 4º medio A", rezaba el encabezado. Luego, seguía un listado de Verdadero y Falso, el árbol genealógico de los Buendía por completar y un cuestionario de preguntas de desarrollo aún no cerrado.


Terminó de leer el texto y, por costumbre, cambió el espaciado de los párrafos y aplicó Ctrl + G, guardando las modificaciones.



Luego, revisó los cajones. Encontró pruebas corregidas, guías y otras evaluaciones, además de algunos catálogos de grandes tiendas. Un par de analgésicos, unas sombras para los ojos y dos envases con restos de labial, en tonos rosa y malva.


Miró la hora, eran casi las once. Decidió volver a la cama. Salió al jardín a recoger el diario y volvió a la pieza.


Ahí fue cuando la vio. Se veía menuda y frágil, acurrucada bajo las sábanas. El pelo, castaño y liso, le caía sobre la cara.


Se quedó inmóvil en el marco de la pieza. No entendía en qué momento había entrado a la casa, por qué dormía plácidamente y menos aún, cómo era posible que hubiese entrado sin que haberla oído.


Antes de que pudiera salir del estupor, la puerta del baño se abrió. Recién duchado, él se acercó a la cama. Con el pelo todavía goteando, se inclinó sobre ella, despertándola, a causa del contacto del agua y la mejilla fría sobre su rostro.


Le apretó la nariz, para avisarle que había surgido una urgencia en el trabajo. Le dijo que debía partir ahora mismo, pero que lo esperara porque estaría de vuelta para almorzar juntos.


A modo de despedida, él abrazó a la somnolienta, le mordió brevemente el hombro y le dio un beso rápido. Luego, y pese a que pasó por su lado, junto a la puerta, salió sin verla, como siempre. Después, un portazo y la casa quedó en calma.


Estuvo un rato así, sentada en el suelo, abrazada a sus rodillas flectadas. Decidió sacar su ropa de la pieza y tratar de salir lo más silenciosamente. Al pasar cerca de la cama, la mujer seguía durmiendo plácidamente.


Se metió al baño del fondo, se duchó con premura. Ni siquiera alcanzó a tapar el jabón líquido y dejó mal cerrada la llave. Se vistió, tomó sus cosas y salió. Debía estar fuera cuando la otra despertara y empezara a hurgar las piezas, buscando sus huellas en la que hace algún tiempo fue su casa.

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