miércoles, 18 de mayo de 2011

Metro

Yo los miro en el reflejo de la ventana.

Se ven lindos los dos.

Él, clarito y vestido en tonos oscuro, sentado al frente mío en el metro. Ella a su lado, pálida, de pelo largo y una panza de embarazada. Él, la besa, le hace cariño en la guata. Ella se deja querer, pone el hombro a su disposición y él se reclina, siguiendo un olor en su cuello.

A ratos, despego los ojos del vidrio y los miro de frente. Pero me siento entrometiéndome, espiando. Me siento tan ajena a ellos, que es como si yo fuera un ave de rapiña. Como si fuera a aprovechar cualquier descuido para arrebatarles un poquito de amor.

Por eso, el pudor es más fuerte y me devuelvo a la imagen que me ofrece la ventana. Me conformo con mirarlos como si fueran personajes en la tele y no pasajeros al frente mío en el metro.

Él me descubre mirándolos. Yo bajo la mirada avergonzada.

Ahora es él el que me mira. Me mira fijamente. Me escruta.

Pone sus ojos en mi pelo negro y motudo, en mi piel morena, en mi cuerpo escuálido y sin panza.

Él me tasa y me compara con la mujer que va a su lado.

Me refugio en el libro que llevo. Pero no consigo leer. No logro concentrarme.

Me siento pillada en falta. Sus ojos pardos siguen pegados en mi reflejo.

Levanto la cabeza, para mirarlos.

Ella tiene la mirada fija en el horizonte. Con una mano en la panza y la otra, sobre la de él. No sabe que viajo al frente de ella, no sabe que la espío, no sabe que ya no tiene toda la atención de su acompañante.

Y él sigue absorto en el reflejo. En mi reflejo.

Aunque ahora la bese.

Aunque ahora le acaricie la panza.

Aunque ahora vuelva a reclinar su cabeza en el cuello.

Opto por mirar hacia afuera. Sólo mirar afuera, la oscuridad al otro lado del andén. Mirarlos de reojo, sólo por segundos. Sólo para comprobar que el crío sigue absorto en mí. Sólo para comprobar que frente a los ojos de su madre, Edipo aprende a traicionar.

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