sábado, 28 de mayo de 2011

Mona

A veces, uno piensa que los amigos llegan a la vida de uno hasta cierta edad, no más. En la adolescencia, en la U, pero que una vez pasada esa época, uno no logra establecer vínculos así de profundos.

Lo bueno de los prejuicios es que a veces, se caen a pedazos.

A la Mónica yo la conocí en la pega. Es decir, habíamos coincidido en la U, pero recién a fines del 2006 la traté más. De a poco, nos fuimos haciendo inseparables en diario El Día. Compartimos hartas cosas allí: los cierres eternos de los viernes, las escapadas al frente a comprar un cafecito (en verano, lo cambiábamos por helado), las ganas por reportear y escribir historias que nos gustaran, los deseos de irse en algún momento.

Y en todo ese tiempo, nos fuimos conociendo. Nos fuimos contando cosas. Y pese a que ambas somos de risa fácil, a las dos nos tocó consolarnos, reconfortarnos, escucharnos.

Creanme si les digo que hoy soy testigo con total propiedad. Yo estuve allí cuando la Mona empezó a hablar de Francisco. Yo fui una de las primeras personas en notar como le empezó a cambiar la cara cuando hablaba de él. Yo vi en su rostro las réplicas de las mariposas que le rondaban a mi amiga en la guata. Vi y escuché como se fue enamorando.

Y también fui de las primeras en saber los planes que se iban armando, vi como empezaba a soñar y también vi como esos sueños locos se iban transformando en planes concretos.

Fui viendo como la Mona fue desocupando su escritorio, haciendo las maletas y como, con total valentía, con total coraje, dejó su casa y se vino a construir su vida. A jugársela por lo que sentía.

Hace algunos meses, me contó que se casaba y me premió con el honor de ser su testigo.

Y hoy, cuando ya es la señora Mona, quiero aprovechar de decirle que es bonito que ella llegara a mi vida. Y que es reconfortante saber que estamos en la misma ciudad, que está a una llamada o un click, por cualquier cosa que pase.

Ella es una gran persona, con un corazón de oro y realmente es un regalo que ella también me considere su amiga.

Sé que quizás estas palabras suenen un poco lugar común, cosas que suelen decirse en ocasiones como éstas. Además, ustedes ya saben quién es mi amiga, saben de su bondad y como hace brillar lo que la rodea.

Pero son las palabras que tengo para celebrar con ella el paso que está dando.

Por eso, a Francisco le digo que se sacó un premio y pedirle que me la cuide. Después de eso, no me queda más que esperar que se sigan queriendo y que sean muy felices.

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