martes, 8 de noviembre de 2011

Juegos


Gabriela adora esa hora del día. La casa huele a pan tostado, huevos revueltos, a veces, a panqueques con manjar. Las tareas ya están hechas, la mamá mira las noticias, limándose las uñas y pensando en quien sabe qué. Paula, la tía, se levanta y sale a fumar al balcón.

Como casi todas las noches, Gabriela la sigue. Le gusta mirar la calle a esa hora, cuando los vecinos regresan a sus casas y los departamentos del frente empiezan a encender las luces, como si se tratara de un mosaico.

Ninguna de las tres habla mucho, son mujeres de pocas palabras. Calladas. Gabriela ama los silencios de su madre y de su tía, se siente cómoda con ellas, cree que no es preciso dar muchas explicaciones, inquirir en asuntos demasiado íntimos, romper el silencio. Hablar por hablar.

Y a esa hora, el mutismo de Paula es el mejor lugar donde estar. La niña se acerca despacio a su tía, hasta quedar a su lado. Se apoya en el balcón, y la mira fumar. Sigue el vaivén del humo, juega a buscarle formas. Paula lo sabe. Paula juega también con el humo, juega a darle formas para satisfacer a su sobrina.

Otras veces, rompen las reglas y hablan y se ríen a gritos, jugando a buscar estrellas fugaces. O más bien, las inventan, conscientes que las luces del barrio y la polución no dejan ver el cielo. Gana la que inventa más estrellas y los deseos más insólitos.  

Pero hoy la tía está rara. Distinta. Fuma y lanza el humo sin pensar en Gabriela, quien encuentra que la hermana de su madre está más linda que nunca. El pelo –el mismo pelo de las tres- está revuelto, en la boca, el labial está corrido, como si se la hubiera limpiado con la mano. Los ojos, grandes y extrañamente llorosos.

Gabriela sabe que algo pasa, pero respeta las reglas. No pregunta. No consuela. No sale con sandeces. Sólo levanta la cabeza y juega, sola, a mirar el cielo. Paula lo nota, entiende la señal y empieza, callada, la búsqueda.

Hasta que de pronto, Gabriela  ve algo. Una estrella fugaz de verdad. Frena el impulso y finge no verla, mientras mira de reojo a Paula, quien otra vez comprende el gesto. La tía cierra los ojos, lanza un suspiro y pide un deseo.   

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