*Escrito a cuatro manos con @_Marcela_Zavala, por el loco año 2010.
Señor Director
Presente:
Le escribo para comentar
un tema que me tiene inquieto. Estoy seguro que muchos lectores de su
prestigioso diario sienten lo mismo que yo.
Quisiera contarle que soy
un hombre honesto y de valores bien tradicionales, que goza de los
detalles de la vida: una pilsener heladita con harina tostada y un
pernil de cerdo, escuchar las canciones del rancherito Hernán
Arístegui y de vez en cuando ir a la plaza a jugar un dominó,
tomando un cafecito con una buena pizca de aguardiente de Don Moncho (una de las pocas buenas y entradoras en calor que van quedando en el
Norte Chico).
Dentro de mi vida
apacible hay una sola desilusión, y que usted estimado lector
compartirá conmigo: Las mujeres ya no son como antes. Soy viudo hace
más de 15 años y aunque en un principio me negué a buscar a una
nueva esposa, al final fui hasta la tumba de la Estelita y le dije
que tendría que buscar otra mujer que me acompañara en mis últimos
días.
Por eso, con un poco de
vergüenza y envalentonado por mi nieto, alguna vez publiqué avisos
a la sección de clasificados para ver si encontraba a alguna
señorita buena, que se allegara a mis terruños porque aquí hay
harta tierra para cultivar y harta pala que echar. Faltan esas
mujeres trabajadoras y que siempre están dando el mejor alimento a
las gallinas para que bien rechonchas se vayan a la olla y se
conviertan en cazuelas sustanciosas.
Sin embargo, mal me ha
ido. Mi nieto Alberto, que es que me ayuda a mandarle esta carta, me
impulsó que me reuniera con algunas señoras que contestaron los
avisos que publiqué en su prestigioso diario, pero no hubo caso.
No
congenié con ninguna de las damas.
Recuerdo una de muy distinguido
aspecto, que cuando la invité a servirnos un café, estuvo todo el
rato auscultándome, me sentía un escolar pillado en falta. Además,
era despreciativa, no le gustó el boliche donde la llevé y eso que
era un lugar decente, familiar y barato.
Después probé suerte
con otra mujer, pero resultó ser una señorita muy joven para mí y
madre de dos chiquillos, que no se quedaron quietos ni un rato y se
burlaron todo el rato de mi sombrero; yo soy un hombre serio y no me
gustan esas cosas. Ella era una damita muy linda, pero me di cuenta
que ya no estoy para críar niños, menos si son ajenos y mal
enseñados.
Albertito es porfiado, y
me insistió que intentara otra vez. Cómo no sabe si la tercera es
la vencida, tata. Y pensé que diría la Estelita, porque este
chiquillo era su nieto favorito y a regañadientes me junté con una
tercera mujer.
Ella también era viuda, pero me bastó intercambiar
un par de palabras para darme cuenta que la dama, como dicen los
lolos, no estaba ni ahí con darse una nueva oportunidad. Es feo que
lo diga, pero era una señora mayor, llena de mañas y un poco
amargada y yo, en realidad, estoy buscando un poco de alegría y luz
para mis últimos años.
Mi nieto me reta cuando
lo digo, pero esta experiencia sólo me deja como reflexión que las
mujeres de ahora no son como las de antes. Yo ya soy un hombre mayor, no creo
que viva mucho más, pero me gustaría aprovechar esta tribuna, para
recomendarle a las jovencitas que miren a sus madres y sus abuelas.
Que observen las viejas costumbres y tradiciones de nuestra tierra,
porque por muy emancipadas que estén, hay cosas que no cambian, como
el cariño firme y acogedor hacia el hombre, que se manifiesta en
detalles simples como saber cocinar una buena cazuela.
Sin más que comentarle, se despide su atento servidor,
Aniceto Rodríguez Rojas
5.678.342- K
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