domingo, 12 de agosto de 2012

El tamaño de los peces


Norman Vargas apenas se ubicaba en Santiago. Solo había ido un par de veces antes. La primera, para acompañar doña Elba, su mamita, a hacerse unos exámenes en el J.J. Aguirre, donde le confirmaron el fulminante cáncer que la mató hace unos años. La segunda, para traer a su hija, la Laurita, cuando se le metió en la cabeza la idea de comprar ropa y venderla en el pueblo. Prendas que no tuvieron buena acogida y que terminaron en el clóset de la regalona y sus hermanas.

Pero ésta era la primera ocasión que venía por él a la capital. A jugársela por algo grande, en la junta del partido. “Es importante que te vean, hombre”. Así le dijo expresamente el diputado Marín, a quien consideraba un hombre bueno y un verdadero amigo, aun cuando no faltaran las malas lenguas que lo acusaban de borracho, vividor, mujeriego y ladrón.

A Norman Vargas -Varguitas para los amigos- no lo inquietaban esos rumores. El diputado Marín era de los que no sólo se aparecían en campaña, sino de los que estaban siempre con la gente de la población. Qué importaban su permanente hálito alcohólico, que le pusiera los cuernos a su esposa con la señorita Berta, la secretaria que siempre lo acompañaba en las salidas a terreno. Tampoco hacía caso a los rumores que lo acusaban de arreglarse los bigotes con un par de alcaldes de la zona. 

“Qué importa que robe, si igual hace cosas por nosotros. Aparte que no se le ha comprobado nada”, argumentaba Varguitas cuando le tocaba defenderlo.


En su calidad de dirigente de la junta de vecinos, muchas veces le pidió ayuda al diputado. Cuando la sede se les llovió con los últimos temporales, Marín aportó las lucas de los arreglos. También pagó los pasajes y las camisetas para que los cabros del Sportivo Triunfar fueran al cuadrangular provincial de fútbol y se paleteó con varios de los beneficios que hicieron en el barrio, para ayudar a los vecinos caídos en desgracia.

En esas ocasiones, Varguitas fue haciéndose amigo de Marín, un hombre de estilo campechano como él.

Empezaron hablando de las pichangas, luego sobre rancheras, minitas y de ahí, sobre los problemas reales de la gente. El parlamentario le confidenció que admiraba la labor de los dirigentes vecinales, porque estaban donde las papas queman, con los pies en el barro. No como los dirigentes del partido, los de Santiago, que con suerte veían a los pobres cuando iban en sus autos.

La amistad fue dándole otro estatus al dirigente. La gente empezó a tomarle más respeto; los viejos le preguntaban de política y los que tenían problemas se acercaba para pedirle que intermediaria con el congresista, para que los ayudara.

Entre conversa y conversa, y entre navegado y navegado, una noche, después de una kermesse, Marín se lo planteó. “Varguitas, ¿y si fuera de candidato a concejal?”. “No me embrome, amigo. ¿Qué va a ser en política un viejo como yo, que apenas sabe hablar en público?”. “No crea, hombre”, le dijo el diputado. “Necesito gente de confianza, amigo, mire que luego vienen las elecciones parlamentarias y estoy viendo que el gobernador y alguna gente del partido me quieren hacer la cama”.

Varguitas miró al diputado, varios años más joven que él, con sus manos cuidadas y su chaquetón de cuero. Pensó que tal vez, después de todo, no sería mala idea. Es cierto que no sabía hablar bien, pero la gente de su pueblo lo conocía y seguro doña Elbita hubiera estado orgullosa de verlo llegar lejos. Pensó en la Margarita, su señora, la Blanca, la Rosa y la Laurita, que estarían felices de ver a su viejo haciéndolas de autoridad, muy instalado al lado del señor alcalde.

Así que sin pensarlo más, sin hacerse de rogar, Varguitas dijo que sí. Al día siguiente, tomó un bus temprano y viajó a la capital de provincia. Buscó la dirección que le dejó el diputado y se afilió al partido.

De eso ya habían pasado algunos meses, hasta que llegó el día clave: ir a Santiago, a la Junta Nacional, para terminar de amarrar su candidatura. La Berta pasó a buscarlo al terminal  y lo llevó a una residencial, donde pudo ducharse, cambiarse de ropa y salir a tomar desayuno. La secretaria del diputado luego lo llevó a la sede del Congreso Nacional.

En el camino, Varguitas le echó un par de miradas a la Berta, una muchacha maciza, pechugona, y con una sonrisa gigante en su cara de mina satisfecha. No pudo evitar preguntarse qué le veía una mujer tan joven y linda a Marín, un hombre muy simpático, pero feo como mono.

Pensaba en eso cuando llegaron a destino, al añoso edificio de calle Compañía con Teatinos. Intimidado por los carabineros de punto fijo en la puerta, los funcionarios del Congreso y los dirigentes nacionales que había visto tantas veces en la tele, un tímido Varguitas entró al recinto.

Como si fuera un niño, la Bertita lo dejó solo en un rincón, pidiéndole que esperara allí, que no se moviera, que en cualquier momento llegaría el diputado. Don Norman se acomodó, sintiéndose cada vez más chico dentro de ese chaquetón tan grande y pensó con insistencia en sus zapatos, viejos, sin lustrar y gastados en las puntas.

Desde su rincón, veía a los altos dignatarios del partido pasar y él esbozaba una sonrisa a modo de saludo. Sin embargo, los otros iban demasiado pendientes de los problemas del partido y en captar la atención de los periodistas que cubrían el encuentro, como para fijarse en la incomodidad de un viejo venido de provincia.

Varguitas empezaba a preguntarse si era razonable haber viajado, cuando vio entrar a Marín. Se movió para ir a saludarlo, pero el diputado le hizo un gesto, posponiendo el saludo. Iba corriendo, preocupado de aparecer ante las cámaras con  el senador Ignacio Goycoechea, el presidente del partido, rodeado de un séquito de otros dirigentes y parñamentarios. Todos más altos, más rubios y con más pedigrí que Marín, que quedó detrás de Goycoechea, fuera de foco, cuando el timonel respondía las preguntas de los periodistas.

Entonces, solo entonces, el aspirante a concejal se dio cuenta de que con Marín no solo tenían en común el gusto por el fútbol, las rancheras y las minitas, además de la preocupación por los problemas reales de la gente.

En Santiago, el diputado era apenas un  Varguitas entre tantos peces gordos. 

No hay comentarios: