Caen las primeras gotas. Un ejército de
paraguas abandona las oficinas del centro, ante las burlas de las huestes del
sur, que aseguran que en sus tierras, esto no daría ni para rocío. Yo miro de
lejos la guerra pluvial entre capitalinos y sureños. Me alejo cantando de la
batalla, esquivando a saltos los charcos. Vuelvo a ser una niña del norte que
regresa a casa bajo la llovizna.
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