martes, 27 de octubre de 2015

Cosas que aprendí viviendo con gatos

-Cuando un gato quiere, quiere. Cuando un gato no quiere, no quiere (parafraseada a Redolés).

-Los muebles y el papel mural son pasajeros. Solo las bolas de pelos son eternas.

-El cascabel suena bonito al oído que lo escucha, pero agobia al cuello que lo porta.

-Agua que no has de beber, déjala correr (es decir, derrámala sobre el piso flotante o tírale pellets encima. O mejor aún, mete las patas dentro del tiesto y deja huellas húmedas en el suelo).

-Las mejores siestas son las que se duermen sobre ropa negra.

-No hay amor más fiel que el de las gatas.

-Si escarbas con mucha fuerza en la caja de arena, puede que alguna vez llegues a China.

-Lamerse el pelaje no es toc. Lamerse el pelaje no es toc. Lamerse el pelaje no es toc. Lamerse el pelaje no es toc. Lamerse el pelaje no es toc. Lamerse el pelaje no es toc. Lamerse el pelaje no es toc. Lamerse…

-El mejor momento para jugar con escándalo es en la fase REM del sueño de otro.

-El mejor momento para dejar de ignorar a un humano es cuando el humano se decide a ver una película en Netflix.

-Las palabras más bonitas del idioma español sirven para nombrar a los gatos. Por ejemplo: Carey.

-El ronroneo espanta el insomnio y cura el mal de amores.

-No es agosto sin maullidos desaforados, como no es septiembre sin alergias y no es diciembre sin pan de pascua.

-Los gatos, como los humanos, se van cuando tienen que irse. Y cuando un gato tiene que irse, una tiene que dejarlos partir.

-Los gatos tienen siete vidas y si les caes en gracia, se las arreglan para coincidir contigo en más de una.  

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