sábado, 20 de septiembre de 2008

Deshielos (O algo personal)


Tengo 29 y el próximo año cambio de folio. Dicen que hay gente que cae en crisis cuando llega a los 30 y yo, con mis 29 cumplidos recién hace algunas semanas, ignoro si seré parte de esas estadísticas.

Otros dicen que ya estoy en edad de pensar en los siguientes ítemes varios: Créditos hipotecarios, subsidio habitacional, rentabilidad de fondos mutuos, cremas anti arrugas, cremas anti arrugas para el contorno de los ojos, crema anti arrugas para el contorno de los labios (sí, me entero que son distintas), crema anti gravedad, cremas anti estrías, el reloj biológico, seguros de vida. El futuro. Tantas cosas útiles que me dan angustia o hastío, alternadamente.

Pienso que hace algunos años lo que me angustiaba era la idea de haberme convertido en un gran refrigerador, en una máquina altamente eficiente a la hora de producir hielo, congelamiento. Durante un rato pensé que mi centro vital era un iceberg flotando en el lado izquierdo de mi pecho y que por mis venas no corría sangre, sino que algo frío y muy parecido a la nieve. O al líquido refrigerante. Que había dejado mi corazón abandonado en alguna parte y ya no sabía cómo recuperarlo. Y por lo mismo, que no era capaz ni de escribir, ni de tener ideas, ni de relacionarme con las personas, especialmente con la que quería. Porque las otras, entre nos, no importan tanto.

Pero no lo había perdido. Estaba hibernando, por lo visto y ya no. Hoy se anega a la menor provocación, se ilusiona a la menor provocación y pese a mi arpía interna. Se entusiasma, late con fuerza a mi pesar: me enternezco, me enrabio y me enamoro a veces.

Hace poquito lo envolví en papel celofán, adherí un cinta y lo puse sobre una mesa. Junto a mi timidez y mis ilusiones. El destinatario- una linda persona- lo devolvió al remitente. Y eso se juntó con un nuevo aniversario de la muerte de mi madre, una etapa de mucho estrés en la pega y también de una sensación de que más allá de mi trabajo, no había más en mi vida que estancamiento. Así que pasé días negros y mi corazón palpitaba desbocado, derritiendo la escarcha que pudo haber quedado de otra época.

Supongo que esas son cosas que pasan cuando una está viva.

Afortunadamente están los amigos, que prestan oreja, que regañan o que abrazan. Y las canciones imprescindibles, esas a las que les pongo play eterno, esas que me niego a dejar de oír para escuchar a gente que dice siempre las mismas estupideces. De hecho tengo una lista de las que funcionan para mí como trozo de chocolate, parche curita, ansiolítico o agüita de las carmelitas (tal vez otro día escriba sobre eso).

La verdad es que no tengo muy claro para donde voy con este texto. Quizás eso pasa porque aunque no he dilucidado si realmente existe dios, tiendo a esperar milagros. O tal vez es porque siento que la prueba está superada. Que aunque sienta pena, no me voy a morir por eso. Que, pese a mi timidez, mi pudor y mi fragilidad, soy de las de cuero duro. Cuero de chancho. Cuero de perro. Cuero de culebra. O tal vez celebro que los días negros sirvieron para comprobar que mi corazón goza de buena salud y que está en plena temporada de deshielos.

3 comentarios:

Kathy_C dijo...

Te debo la fiestoca de los 29.

CDG dijo...

La montaña rusa, que le llaman.

No sabía que las cremas contra arrugas funcionaran diferente.

Saludos!

Unknown dijo...

Pues yo tampoco, pero además, he descubierto que además hay geles reafirmantes para distintas partes del cuerpo y todo eso.

L.