viernes, 30 de septiembre de 2011

Alicia en Pollitos INC


Fue mi primera entrevista de trabajo, tras haber contestado unos test sicológicos (de razonamiento lógico y personalidad). Y aunque bromeé con la posibilidad de que fuera él el evaluador, supuse que Francisco Javier Errázuriz es un nombre cuico común.

A esa cita llegué luego de postular a un sitio de buscandopega.com, a una oferta de profesional para tareas de reclutamiento de personal, una cosa que sin apasionarme, podía servir para empezar. Así fue como llegué un lunes, a Fra Fra Inc. Un edificio grande, que ocupa toda una manzana en Amunátegui, a escasos metros de la torre Entel.

Al ingresar, me di cuenta de efectivamente era el ex candidato presidencial. Formalita como soy, le pasé la mano derecha, pero el evaluador me sorprendió saludándome con dos besos demasiado incrustados en las mejillas. Me  dijo que me sentara frente a él y empezó a leer los datos de mi currículo y pegarme miradas raras (a mí, que opté por una blusa con poco escote y pantalón). Más adelante, me aclararía que desde que había llegado, me había mirado todo, incluso las pechugas (si usted no tiene pechugas, no se ría, ¿quiere?) y que si quedaba, no sería por mi físico.

Yo ya me sentía como Alicia en el país de las Maravillas, situación que se acrecentó cuando Fra Fra dijo que a las mujeres que trabajaban con él, les exigía que se “enamoraran” y lo “amaran”. Protesté y dije que no me parecía eso, que en los trabajos, las distancias debían mantenerse. Sin embargo, argumentó que ésta era la única manera en que sus empeladas trabajaran felices y fielmente, surgieran, pudieran conocer a alguien y se casaran, porque mientras que el rol del hombre “es crear”, el de las féminas es “procrear”.

Precisamente, le llamó la atención que a mis 31 años (¡!) yo aún no tuviera hijos. “Qué esperas, chiquilla, que te está dejando el tren”. Que por él, su señora (la ex diputada María Victoria Ovalle, aka Toyita) hubiera tenido 14 hijos, pero que al final sólo tuvieron 7.

Hasta allí fue la entrevista, porque lo que siguió fue un monólogo. De su parte. Me contó que fue candidato presidencial, que Pinochet (con imitación incluida) trató de bajar su postulación, que para hacerlo intervino el Banco Nacional y que de la  pura rabia, le dio un infarto. Además, contó que él nunca fue de derecha ni de izquierda, que es un liberal y que nunca le gustaron los partidos. Dijo que el nombre de su referente, la Unión de Centro Centro (UCC) se le ocurrió cuando en una conferencia de prensa, le dictó a los periodistas los fundamentos de ese movimiento.

También se refirió a la huelga de Tambillos de 2009 y dijo que los trabajadores estaban pidiendo cosas que él no estaba dispuesto a darles y que la prensa local se había ensañado con él. Hoy, según comentó, estaba en negociaciones muy interesantes con los rusos, pero de las que no podía dar mayores luces.

Luego, recordó que estábamos en una entrevista laboral. Cuando pregunté en qué consistía la pega, dio varias versiones. Primero, dio a entender que necesitaba a alguien que le transcribiera los registros de su grabadora, pero después, habló de que quería hacer un diario electrónico, ya que La Tercera y El Mercurio lo persiguen. Posteriormente, dio a entender que necesitaba un community manager.

En un momento, me confidenció que haría algo que no debía hacer: leerme los resultados de los test sicológicos que había dado, ya que los sicólogos le habían dado algunas pautas para interpretarlos. Así, me dijo que las pruebas habían arrojado que soy soberbia, hermética, a la defensiva –la media novedad- y que tenía conflicto con las figuras de autoridad. Además, que si bien era esforzada y me interesaba hacer las cosas bien, no era en el grado de que a él le gustaría. En ese escenario, me dijo que me quería “convidar” a un lugar, que si iba o no. Como le dije que no le podía responder si no sabía qué era, me dijo que no me preocupara, que ya una niña antes se había asustado pensando que la llevaría a un motel (¡!) y que le había reclamado porque no le había dado ni un besito siquiera (¡!).

Para mi alivio, me aclaró que me invitaba a su funeral, porque él quería que trabajara con él (y lo amara y me enamorara y lo cuidara) y lo acompañara a eso, aunque después dijo que no, porque las exequias siempre son algo tristes.

Antes de dejarme partir, me preguntó si sería capaz de quedarme trabajando toda la vida con él (“toda la vida me parece que es mucho tiempo”, díjele) y si tenía disponibilidad inmediata. “Te llamo cualquier cosa”, remató.

Este episodio fue antes del mentado escándalo de los trabajadores paraguayos. Esta semana, recibí una llamada desde Pollitos INC y teniendo en cuenta este episodio dije "no, gracias".



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