Antes
jugábamos al cíclope.
Podíamos pasarnos horas así: ojo contra ojo,
nariz contra nariz, mentón contra mentón. Boca contra boca. En los
tiempos cuando nos reíamos y organizábamos excursiones a callejones
perdidos, buscando boliches añejos.
Nos emocionaban las canciones de
veteranos, especialmente si eran de Los Ángeles Negros. Dejábamos los
vasos de lado y a duras penas apartábamos a los ebrios, a fin de que nos
dejaran espacio para bailar en la pista. Y bajo las estrellas. Y bajo
la lluvia. Y bajo la ducha.
Hoy juega al cíclope con otra.
Parece que se pasan horas así. Ojo
contra ojo, nariz contra nariz. Labios contra labios. Claro que ahora ya
no le gustan los tugurios de mala muerte. Ahora lo suyo son los
restoranes de moda, donde le toma la mano con recato y la escucha hablar
de créditos hipotecarios, fondos mutuos y alarmas anti robos.
Yo sigo
en lo de siempre, aquí, en los bares. Con el corazón magullado, mucho
alcohol en la cabeza y los pies inestables. A veces me caigo cuando
bailo, por lo que ahora soy yo la que estorba a los enamorados
nostálgicos, que se juran amor eterno mientras danzan canciones de
viejos.
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