Ha pasado más de siete meses desde que llegaste y aún no he tenido ni tiempo ni cabeza para celebrarte, contarte cosas, cometer infidencias. Hablarte de la familia, de tu familia. De mi familia.
Te
cuento que tu mamá es mi hermana, la
Pame.
De
chiquitita salió vivaracha, despierta. Siempre salía con algo gracioso, siempre
estaba tramando algo qué hacer. Se comía las hormigas, le echaba cilantro a la
leche con chocolate, armaba verdaderos dramas cuando se enfermaba. Que de
grande, mutó de pinturita tipo miss 17 a compañera sumamente pecé y disciplinada,
sin transición. Que siempre ha sido buena cabra, aunque en algún momento pueda
haber estado confundida.
Te
cuento que tu mamá es buena tela, que es blandita de adentro, de corazón
grande. Le gusta hacer cariño, contar sus cosas, abrirse al mundo. Tiene unas
orejas gigantes, para oírte mejor y eso te lo aseguro yo, que le he dado unas
latas de antología. Y eso que yo he sido
a veces un puerco espín con ella. Ha sido cojonuda, tu mami; ha sabido hacerse
cargo de sus decisiones. Le tira pa`delante, no más. Piensa menos y ejecuta
más. Es menos miedosa que yo y mata las polillas por mí.
Luego
está la Bárbara,
tu tía. La niña de mis ojos. Yo la adoro casi como si fuera mi hija. Yo me
volví loca cuando nació, el 91. Es linda ella, pero muy muy muy niña. Se puso
feliz cuando supo que venías, quizás hasta le removiste la pena que tenía
del 2006, cuando se murió mi mamá, tu
abuelita. Ella se portó increíble en el funeral: se las arregló para no dar
problemas, para no verse mientras nosotros, los grandes, corríamos entre la
morgue, la funeraria, las uefe del parque del recuerdo y toda esa porquería
protocolar que le trae la muerte.
Quizás
te toque cuidarla a ti un poquito, cuidarla por las veces que nosotros hemos
estado en otra, cuando le hemos faltado. Por favor, tú quiérela no más.
Y
mi papá es tu abuelo, sé que ya se reconocen y se quieren. Que ya son cómplices,
que –como era de suponer- te adora. Me alegro mucho que hayas llegado a su
vida, le vas a hacer bien al viejo. Antes era distinto, era más severo, más
parco, casi no se reía. Ahora es otro, más vulnerable, pero más cercano. Y como
sabrás, lo encuentra todo malo: la tele, el fútbol, la educación, el país.
Pinochet, Aylwin, Frei, Lagos –sobre todo Lagos-, Bachelet y por supuesto,
Piñera.
Cuida
a tu tata y convéncelo de que estoy bien, que era necesario salir de La Serena, pasar por la
incertidumbre y la inestabilidad un rato. Dile que me cuido, que como, que no
me enfermo. Dile que las cosas, para mí, allá no estaban bien, pese a ustedes.
Que irme fue un costo que aún vale la pena. Dile que quizás me tuve que ir para
un día volver. Sé que suena triste, pero por favor, explícale que estoy bien.
Estaba
mi mami. Ya no está. Ella era el sol y obviamente, desde que murió quedamos
huérfanos, a la deriva. A veces, me da miedo que se me olviden sus gestos, su voz.
Te hubieran gustado sus abrazos, lo arreglaban todo. Y yo los extraño
demasiado.
Y
estoy yo. Maniática, distante, huraña, casi tanto como un gato. Un poco
cobarde, me da miedo pasarla mal, me da miedo sufrir y a ratos, me quedo
marcando el paso. Tengo tendencia al melodrama, aunque soy muy buena para reíme
a mares. Pero también me alejo y no sé cómo volver. Me da miedo perder a la
gente. La pienso mucho, Vicente. Me duelen las cosas, pero disimulo. La ironía
es mi recurso favorito. Me hago la dura y también tengo el corazón blandito,
como tu mamá. Y quisiera arrullarte, y verte con dientes, y verte gatear. Verte
crecer. Ser parte de tu vida, aunque sea a distancia.
Por
eso, Vicente, casi no te conozco, pero te echo de menos a rabiar.
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